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Acercamiento a la historia secreta del Monasterio de El Escorial

Fotografía: Gentileza del Dr. Antonio García Ureña

 

Dr. Antonio García Ureña

España  –  leeresunderecho@gmail.com

 

 

Acercamiento a la historia secreta del Monasterio de El Escorial

El Monasterio de El Escorial fue construido entre 1559 y 1584, durante el reinado de Felipe II. Este monarca, que había trasladado la Corte a Madrid en 1561,   controlará desde aquí su vasto Imperio, alejado del bullicio cortesano poco más de 50 km. Durante siglos, se ha considerado símbolo del fundamentalismo católico propio de la Dinastía de los Austrias; sin embargo, los trabajos de investigadores, como, entre otros, José Luis Abellán –Visión de El Escorial: aproximación al mito, 1989-; René Taylor –Arquitectura y magia. Consideraciones sobre la idea de El Escorial, 1992) o Henry Kramer -El enigma de El Escorial. El sueño de un rey, 2009-, lo considerean  un  paradigma del saber humanista de la época. En su interior se mezclarian, sin solución de continuidad, elementos cristianos con astronomía, botánica o geometría; ciencias en auge por estas fechas. A los conocimientos anteriores vendrían a sumarse aquellos otros provenientes de la hermenéutica: astrología, magia, alquimia y un más o menos largo etcétera.

 

Unido a lo anterior, se han desarrollado interpretaciones especulativas. Así, en su botica -además de preparados contra la enfermedad de gota sufrida por Felipe II- se harían investigaciones sobre la piedra filosofía: el elixir de la vida capaz de proporcionar inmortalidad o transformar la arena en oro. Lejos de ello, el elemento que mejor documenta esta nueva interpretación del edificio es su biblioteca, denominada en su momento Biblioteca Laurentina. Situada detrás de fachada principal de la sobria construcción, ocupa una estancia alargada cuya disposición y bóbedas, pintadas al fresco por el italiano Tibaldi, supone un evidente tributo a la Capilla Sixtina, si bien con una temática muy diferente, pues aquí se representan las siete artes liberales. En esta sala pueden encontrarse códices persas, árabes y turcos; un buen número de libros en hebreo que se suponen estaban condenados al fuego por la Inquisición; libros sobre magia, nigromancia (adivinación mediante consulta a los muertos) ocultismo etc. los cuales deberían haber tenido como destino las llamas. Muchos de esos volúmenes pertenecían a Juan de Herrera: el arquitecto del edificio y consejero del rey Felipe II.

 

El propio Juan de Herrera es un personaje sorprendente. Autor de la obra, Discurso sobre la figura cúbica, rinde homenaje al herudito medieval Ramon Llull o Raimundo Lulio (1232 – 1316), cuyo vasto trabajo recoge elementos de la tradición clásica, cristiana, islámica y judía. Como señala María Carbonell i Buades (Ramon Llull y el Discurso de Juan de Herrera, 2017), en su biblioteca podían encontrarse multitud de obras del Lull, pero también de Euclides, Arquímedes, Vitruvio, Alberti o Vignola,  junto a escritores herméticos, empezando por el propio Hermes Trismegisto. No faltaban libros de astronomía -Aristarco, Ptolomeo o Copérnico- o de escritores neoplatónicos. Muchos de estos libros fueron donados por Herrera a la biblioteca del Monasterio.

Dicha biblioteca fue una de las mejores del mundo para su época, únicamente superada por la Biblioteca Vaticana. Como detalle curioso señalaremos que en la Biblioteca del Monasterio de El Escorial, los libros no están colocados mostrando el lomo, sino la parte de las hojas, que habría sido dorada para dar, como habitualmente se afirma, uniformidad a las estanterías. El porqué de esta ilógica colocación es bien diferente y se debe a los títulos de muchos de ellos, prohibidos por el saber oficial; es decir: la Iglesia Católica.

De esta forma, en contra de la imagen de “rey burócrata” o monarca reservado,  recluido y apartado del mundo en su fortaleza-monasterio, Felipe II se nos presenta como un hombre del Renacimiento, influenciado por el llamado hermetismo cristiano o conjunto de teorías que aglutinan elementos neoplatónicos con los del primer cristianismo, más conocimientos hemeneuticos o de origen oriental, como la cábala.

El monarca más poderoso de Europa y con ello del mundo, en cuyo Imperio -según reza el adagio- “no se ponía el sol”, creció convencido de cómo su paso por este mundo estaba orientado a cumplir una importante misión: encarnar la “segunda venida” del rey Salomón. Dicha creencia fue avivada por su padre, el Emperador Carlos V. En este sentido, la propia construcción del Monasterio de El Escorial, sería  el culmen de tal mesianismo, al ser concebido como una especie de “segundo” Templo de Salomón,  Una clara referencia iconográfica a este templo son los cuatro reyes que presiden la entrada del edificio, en el denominado “patio de los reyes”. Si, como se ha afirmado repetidamente, la construcción es un símbolo del poder de los Austrias, lo más lógico hubiera sido colocar esculturas de monarcas anteriores a Felipe II pertenecienes a esta dinastía; máxime cuando uno de ellos, su padre, había sido nombrado nada menos que Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Por el contrario los reyes que aparecen son:

Los profetas Josafat y Ezequías, a la derecha.

Los profetas Josías y Manaset, a la izquierda.

Los reyes David y Salomón en el centro..

Todos ellos estuvieron relacionados de un modo u otro con el mítico Templo de Jerusalén – cuyo único muro en pie se supone corresponde al llamado muro de las lamentaciones, en el Jerusalén actual: Dicho templo fue considerado como el supremo símbolo de la lucha contra los cultos paganos y demoniacos. Fray José de Sigüenza afirma en La fundación del Monasterio de El Escorial, escrita en 1605,  que la manera de fabricar esta iglesia y la labor de ella imitó mucho a la del mismo Salomón.

Con la utilización de esta simbología salomónica, Felipe II se presenta a si mismo con mesianismo político fuera de medida: “el nuevo Rey David”; el brazo armado de Dios en la Tierra. Imagen bien dístinta- insistimos una vez más- a la de ese rey taciturno que se ha presentado a lo largo de los siglos.

Existirían otros elementos que relacionan el monumento con el conocimiento mágico. Tradicionalmente se explica que la obra conmemora la victoria de San Quintín sobre los ejércitos franceses, el 10 de agosto de 1557: día de San Lorenzo. De aquí, la forma de parrilla invertida propia del Monasterio en referencia al instrumento de martirio del santo. Pero la avocación a San Lorenzo también puede tener un carácter  hermético. La tradición asegura que en el siglo III, le fue asignada a este santo la tarea de custodiar el Santo Grial. La palabra “grial” procede del término en bajo latín gratalis o recipiente para tomar comida o bebida, y se  referiere a la copa utilizada por Jesucristo en la Última Cena, que después usará José de Arimatea para recoger la sangre de su costado.

            Según Luis Miravalles (La leyenda del Grial y su simbología, 1998), desde el conocimiento hermeneutico, dicho objeto no solo se constituiría en símbolo del camino de perfección propio del catolicismo, si no que daria a su poseedor la llave del dominio sobre el mundo, al otorgarle el conocimiento total. Dichos poderes; dicha magia, recubriría al propio edificio a través de la citada avocación. Es decir: el Monasterio de El Escorial – cuyo nombre proviene del latín, «aesculus», ésculo en castellano: árbol similar a la encina propio de ese paraje de la sierra madrileña- simbolizaría dicho conocimiento total.

 

Una tradición muy arraigada en la época afirmaba que en lugar ocupado por el    monasterio-palacio, está situada la boca del infierno. Existen leyendas que atribuyen al Diablo un papel estelar en ese enclave y se ha llegado a decir que Felipe II pretendió tapar esa entrada al inframundo construyendo encima el monasterio. Curiosamente, la basílica del templo alberga un cuadro de Sánchez Coello, donde aparecen San Jerónimo y San Agustín y este último sujeta una maqueta del edificio mientras un niño señala un agujero en el suelo. ¿La boca del infierno? Dado el carácter exotérico del que venimos hablando, cabría preguntarse: ¿Realmente el Monasterio está sellando la entrada del infierno o por el contrario sería una puerta de acceso al inframundo y al conocimiento proveniente del mismo…?

Sea como fuere, centro de conocimiento exotérico o icono del poder de los Austrias basado en el peso del catolicismo, esta construcción representa la imagen del Imperio Español. Una imagen de fortaleza inexpugnable hacia el exterior construida por un sobrio y potente paramento, en cuyo centro destaca la potente cúpula de pieda construida por Juan de Toledo, quien trabajó con Miguel Ángel en Roma. Se ha llegado a afirmar que la cúpula de la basilica de El Escorial es un reflejo de la que fue del Vaticano antes de las modificaciones barrocas que conocemos hoy día. Dicha cúpula representaría la importancia del catolicismo como centro alrededor del cual gira el propio Imperio.

Esta imagen exterior del monasterio sería un reflejo de la imagen imperial que se querria transmitir, cuando la realidad del Imperio sería otra, como otra era la actividad interna del edificio. Carlos Álvarez Nogal (Los banqueros de Felipe IV y los metales preciosos americanos), situa la primera de las bancarrotas del “poderoso Imperio”, en 1557. Recordemos que el edificio comienza a construirse en 1559. A la anterior, se sucederían otras, en  1577 y 1597;  todas ellas, durante el reinado de Felipe II, que moririá en 1598. Felipe III, tendrá su bancarrota en 1607; pero el récord será batido por Felipe IV, con sus bancarrotas en 1627, 1647, 1652 y 1662. El último monarca de la dinastía, Carlos II, también declarará suspensión de pagos en 1666.

Como vemos, solidez del Imperio: poca. Pero solidez del edificio y con ello imagen exterior de solidez del Imperio: mucha.

 

Fotografías: Gentileza del Dr. Antonio Ureña García

 

 

 

 

 

 

 

 

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