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El gato marciano – cuento

 

 

Dr. Daniel Mocencahua Mora – México

d.mocenca@gmail.com

Una de mis marcianas favoritas se llama Martha Alcázar, la grande. Fue de las primeras en llegar al planeta. Eso podría hacerles pensar que ya está entrada en años, y si, pero el trabajo duro y llevar en buena parte las actividades de socialización de la colonia la han mantenido en forma.

Yo la conocí en un viaje que hice a la comunidad poblana en Marte, en el sector 21, con el pretexto de llevar la receta secreta para la salsa de los tacos árabes. En realidad llevaba en mi mente los planos para hacer un experimento que revolucionaría la historia

No debía decirle a nadie, pero necesitaba un lugar y una coartada para tenerlo cerrado. El humo del asador donde se pone el trompo de carne era un buen pretexto para tener oculto todo los primeros días. Y la energía que usaría durante el experimento se justificaba por el uso de herramientas para soldar la estructura y darle forma a la taquería.

Mi primer problema surgió casi de inmediato: las ratas. Habían venido de la tierra embaladas junto con alimentos de contrabando de algunos colonos sin sentido histórico. Debieron ser solo un par las que se colaron, pero se habían adaptado condenadamente bien en el planeta, y se habían vuelto una peste. La malditas se comían los cables del condensador bosónico, por lo cual no podía avanzar en el artefacto.

Así que acepté el consejo de la mejor experta en pestes, cocinera, mecánica, organizadora de eventos, y líder natural de la comunidad, Martha, la grande. Bueno, eso último se lo puse yo porque la admiraba. Era una persona que había sorteado sus problemas con gracia, por lo cual siempre la veías sonriente a pesar de sus jaquecas y depresiones.

Y su consejo: lleva un gato. Pensé que era broma. De reojo pude ver una de esas ratas y ¡parecían conejos! ¿Qué podría hacer un gato?

Lo que Martha no me había dicho es que estos gatos estaban entrenados y modificados genéticamente por un colono de origen desconocido. Yo creo que lo hizo ella, pero como está penada la manipulación genética en todo la región terrestre desde el Caso Michael Jackson, pues mejor ni lo mencionas.

-Te puedo prestar a Fobos y Deimos. Ya se que no es original pero nunca se separan y trabajan muy bien en equipo. – Dijo cuando los llevó a la puerta del local.

-Además muero por un taco árabe –  agregó muy ilusionada, intentando asomarse para ver como iban los arreglos.

Ella estaba en lo cierto. Los gatos lograron que pudiera hacer mi trabajo y recuperé rápidamente el tiempo perdido. En el séptimo día tenía listo el artefacto.

Y por fin había llegado el momento. Podría hacer el experimento por el que había venido. La disposición de los módulos comerciales, su estructura de materiales no metálicos, y la baja densidad de población permitirían pasar desapercibido.

Y era un experimento muy simple: dejaría activado el artefacto, no decido todavía que nombre ponerle aunque teletransportador es una buena descripción. Como decía, lo dejaría activado en el local, todo cerrado, y me alejaría de la zona  poblada un par de kilómetros, tal vez hacia una de las cuevas. A medianoche porque casi nadie anda por ahí y para atenuar un poco el efecto de radiación solar. Activaría el otro extremo del artefacto y teletransportaría un poco de materia inorgánica. Si funciona intentaré mas tarde con algo vivo, tal vez una planta.

Y debía ser inorgánico porque no tenía pretexto para conseguir un contenedor con aire. Me enfundé el traje, el mejor que conseguí, y presumo de haber hecho la mejor inversión en ese sentido porque me permitía soportar las temperaturas de la noche marciana.

Y en una oscura cueva, que por miedito iluminé con algunas lámparas, puse en acción el plan.

Con un poquito de pena, y una sonrisota pensé “beam me up, Scotty”, y oprimí el dramático botón rojo que activaba el proceso.

El aparato lanzó algunos destellos y chisporroteó un poco al desaparecer la caja de metal, un cubo de cuarenta centímetros por lado, sin tapa, para ser precisos.

Por el monitor pude ver como hacía su aparición instantáneamente en el local. Moví un poco la cámara robótica  con el mando a distancia para verificar el interior, ya que no tenía tapa. Con el láser calibrador, con la precisión del grosor de un cabello, comprobé que tenía las mismas dimensiones. No había deformaciones, no había sorpresas, era la aburrida caja metálica sin tapa que había mandado.

Ahora ¡a mandarla de regreso!, me dije eufórico por el éxito. Verifiqué los controles y estaba a punto de oprimir el dramático botón rojo cuando vi que uno de los gatos, creo que Fobos, intentaba entrar en la caja. Lo curioso es que llevaba en la boca una rata pequeña, que intentaba escapar.

Primero intenté asustarlo con la cámara, que estaba instalada en un brazo Kuka, una antigüedad que me salió realmente barata, pero que fue fácil de acondicionar. No podía lastimarlo porque Martha me mataría, sin embargo no se movía. Así que no me quedó de otra, modifiqué los parámetros del láser para calentar un poco. Un solo pulso lo hizo saltar de la caja.

Sin embargo empecé a tener problemas con la cámara, o eso pensaba al ver parpadear la imagen, pero de repente saltaron chispas por todos lados.

¿Alguna vez has corrido con un traje EVA? La bronca no es la movilidad sino el peso del soporte vital: el aire para respirar y el agua para cilmatizar el traje.  La velocidad que alcancé con el vehículo debió generar una estela de polvo visible desde los satélites.

Martha ya había desplegado su equipo de emergencia y seguridad en su calidad de alguacil de la sección: Eugenia lista con el extinguidor y Alexei intentaba abrir con una barreta. Mientras tanto, Martha preparaba el rifle de cañóm de Gauss, la única arma que oficialmente existía en esa sección. No lo iban a lograr porque había reforzado la entrada para evitar intrusiones.

Los ruidos dentro del local eran aterradores. Se oían chillidos de ratas y de gatos, y cosas que se caían y rompían.

Llegué y les dí las llaves.

Lo vimos en el centro del local, babeando sangre, las uñas largas, como metálicas, los ojos profundos y tenebrosos, la espina dorsal que pareciera de dragón por lo prominente de las vértebras. Por un instante pareció reconocer a Martha, pero Eugenia dejó escapar un chillido al verlo y la atacó. Alexei lanzó un golpe con la barreta que solo lo enfureció mas y desvió el ataque, pero al voltearse quedé en su ruta de escape.

El traje solo resistió el primer golpe. En la segunda tanda de manotasos, esas garras metálicas lo rompieron y la bestia logró arrancarme el antebrazo izquierdo. Antes de desmayarme logré ver como las balas de Martha lograban ahuyentarlo, pero sin hacerle daño aparente.

No sería la última vez que  Martha me salvara la vida, pero esa fue la primera.

Desperté en el cubículo que hacía de celda en el sector 21.  Eugenia estaba revisando el muñón cauterizado de mi brazo, cuando llegó Martha.

-Ya despierto, que bueno. Una siesta larga, cuatro días. Estarás aquí otro rato mientras se calman las cosas. Si, todos pensaron que tuviste que ver con la aparición de aquella criatura. Hasta te han puesto un apodo, Davidstein, o algo así. Pero no fue gracias a tu artefacto teletransportador que la criatura apareciera por aquí. Bueno, creo que si, que la atrajo, pero no la creaste tu, de eso estoy segura porque la vi un par de veces mientras construíamos esta sección.

“Si, sé de tu aparato, no pongas esa cara. ¿Sabes porqué me vine a este lugar, el mas alejado e inhóspito? Porque tenía ya bastantes enemigos, personas a las que había exhibido con mis investigaciones. Muchos escándalos salieron de la mierda que les encontraba, y no eran los suficientemente machitos para aceptar que era solo un trabajo más para mi, y que la porquería era solo de ellos. Estaría viviendo bastante tranquila si no fuera porque el Poblanishmen me avisó que venías por acá, y que todo quedaría olvidado si te vigilaba. ¿Quién te está patrocinando? Esos gandallas no se fijan en pequeñeces.

“Ya deja de gimotear. Mira, en cuanto Eugenia termine de calibrar los sensores con las lecturas que acaba de obtener de tu muñón, podrás usar la prótesis que te está imprimiendo. Se te va a cumplir el gusto de volverte cyborg. Lo malo es que en cuanto puedas moverte tendrás que irte de Marte, y no podrás volver jamás. Pero antes deberás ayudarme.-

No pude ayudarla. Esa tarde se avistó a la criatura, y Martha salió con Alexei. Regresaron golpeados, sucios, pero enteros. Y la cara de Martha no auguraba nada bueno.

-Logramos seguirlo hasta una cueva. Si, me imagino que era la tuya. Encontramos las lámparas y las fuimos prendiendo una por una. Se escuchaban en el fondo los gruñidos de la bestia.  Al parecer algo de tu cueva lo atraía porque lo vieron varias veces por ahí.

Como sea, llevaba algo que me había facilitado el Poblanishmen para desintegrarlo.

“Y creí que lo había logrado porque recibió el rayo directamente en el costado, y desapareció sin más. Pero al ir desmantelando tu equipo nos dimos cuenta que siempre estuvo prendido. He revisado lo que captó la cámara y logré recordar algo que me platicara mi abuela, la que fue diputada, y mira.

Ahí estaba, en una imagen de internet. Era exactamente la criatura que habíamos visto, pero en un dibujo de los años noventa del siglo XX.  Las uñas, la columna vertebral espinosa, los ojos oscuros tenebrosos. Ahora tenía escamas, pero la imagen era casi perfecta. Martha y yo nos miramos estupefactos. Esta imagen nos llevó a tener mas preguntas que las respuestas que respondía. El famoso gato marciano, aquella criatura que estaba empezando a aterrorizar a los pobladores de los sectores latinos de Marte, ¡era igualito al chupacabras!

Tuve que mostrarle a mi amigo Mark August las ecuaciones del artefacto, y revisé con él varias veces las simulaciones de dichas ecuaciones. Aparecieron algunas soluciones en números surreales que no había tomado en cuenta, las cuales August extrapoló a posibles arrugas del espacio-tiempo, pero nada concreto. Así que las dudas continuarán, al menos hasta que podamos lograr el viaje al pasado para verificar lo que esa imagen del siglo XX muestra. Y si se hace tal viaje llevaré a Martha para poder cazar a esa bestia, porque creo que solo ella podrá lograrlo.

 

 

 

 

 

 

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